Mensaje, 25 de
marzo de 1987
“¡Queridos hijos! Hoy les
agradezco su presencia en este lugar, en el cual Yo les ofrezco gracias
especiales. Los invito a cada uno de ustedes a comenzar a vivir la vida que
Dios desea de ustedes y a comenzar a hacer buenas obras de amor y misericordia.
No deseo que ustedes, queridos hijos, vivan los mensajes y al mismo tiempo
sigan pecando, porque eso no es de mi agrado. Por tanto, queridos hijos, Yo
deseo que cada uno de ustedes comience una nueva vida y que no destruyan todo
aquello que Dios está
obrando en ustedes y que El les da. Les doy mi
bendición especial y me quedo con ustedes en su camino de conversión. Gracias
por haber respondido a mi llamado! ”
San Mateo 9. 9-22
Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le
dice: «Sígueme.» El se levantó y le siguió.
Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos
publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos.
Al verlo los fariseos decían a los discípulos: «¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?»
Mas él, al oírlo, dijo: «No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal.
Id, pues, a aprender qué significa
aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a
llamar a justos, sino a pecadores.»
Entonces se le acercan los
discípulos de Juan y le dicen: «¿Por qué nosotros y los
fariseos ayunamos, y tus discípulos no
ayunan?»
Jesús les dijo: «Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes
mientras el novio está
con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán.
Nadie echa un remiendo de
paño sin tundir en un vestido viejo, porque lo añadido tira del vestido, y se
produce un desgarrón peor.
Ni tampoco se echa vino
nuevo en pellejos viejos; pues de otro modo, los pellejos revientan, el vino se
derrama, y los pellejos se echan a perder; sino que el vino nuevo se echa en
pellejos nuevos, y así
ambos se conservan.»
Así
les estaba hablando, cuando se acercó un magistrado y se postró ante él diciendo: «Mi hija acaba de morir, pero ven, impón tu mano
sobre ella y vivirá.»
Jesús se levantó y le siguió
junto con sus discípulos.
En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto.
Pues se decía para sí: «Con sólo tocar su
manto, me salvaré.»
Jesús se volvió, y al verla le dijo: «¡Animo!, hija, tu
fe te ha salvado.» Y se salvó la mujer desde aquel momento.
De las Homilías de san Beda el Venerable, presbítero
(Homilía
21: CCL 122, 149-151)
Jesús vio a un hombre, llamado Mateo, sentado ante la
mesa de cobro de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.» Lo vio más con la mirada interna de su amor que con los ojos corporales. Jesús vio al publicano y, porque lo amó, lo eligió, y le
dijo: Sígueme. «Sígueme», que quiere
decir: «imítame.» Le dijo: «Sígueme», más Que con sus pasos, con su modo de obrar. Porque,
quien dice que está
siempre en Cristo debe andar de continuo como él anduvo.
Él -continúa el texto sagrado- se levantó y lo siguió. No hay que extrañarse del hecho de que
aquel recaudador de impuestos, a la primera indicación imperativa del Señor,
abandonase su preocupación por las ganancias terrenas y, dejando de lado todas
sus riquezas, se adhiriese al grupo que acompañaba a aquel que él
veía carecer en absoluto de bienes. Es que el Señor,
que lo llamaba por fuera con su voz, lo iluminaba de un modo interior e invisible
para que lo siguiera, infundiendo en su mente la luz de la gracia espiritual,
para que comprendiese que aquel que aquí en la tierra lo invitaba a dejar sus negocios temporales era capaz de
darle en el cielo un tesoro incorruptible.
Y sucedió que, estando Jesús a la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores vinieron a
colocarse junto a él y a sus discípulos. La conversión de un solo publicano fue una muestra de penitencia y de perdón para
muchos otros publicanos y pecadores. Ello fue un hermoso y verdadero presagio,
ya que Mateo, que estaba destinado a ser apóstol y maestro de los gentiles, en
su primer trato con el Señor arrastró en pos de sí
por el camino de la salvación a un considerable
grupo de pecadores. De este modo, ya en los inicios de su fe, comienza su
ministerio de evangelizador que luego, llegado a la madurez en la virtud, había de desempeñar.
Pero, si deseamos penetrar más
profundamente el significado de estos hechos, debemos observar que Mateo no sólo
ofreció
al Señor un
banquete corporal en su casa terrena, sino que le preparó, por su fe y por su
amor, otro banquete mucho más grato en la
casa de su interior, según aquellas palabras del Apocalipsis: Mira que estoy
a la puerta y llamo; si alguno escucha mi voz y me abre la puerta entraré en su casa,
cenaré con él y él conmigo.
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