3° El Sacrificio de Abraham (Padre)

        








Oración al Espíritu Santo


Recibid ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que os hago en este día para que os dignéis ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi director, mi luz, mi guía, mi fuerza, y todo el amor de mi corazón.
Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre dócil a vuestras santas inspiraciones. 
¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo de vuestro amado Jesús. Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén





3° El Sacrificio de Abraham   (Padre)










Mensaje, 2 de mayo de 2012

“Queridos hijos, con amor materno yo os pido: entregadme vuestras manos, permitid que yo os guie. Yo, como Madre, deseo salvaros de la inquietud, de la desesperación y del exilio eterno. Mi Hijo, con su muerte en la cruz, ha demostrado cuanto os ama, se ha sacrificado a sí mismo por vosotros y por vuestros pecados. No rechacéis su sacrificio y no renovéis sus sufrimientos con vuestros pecados. No os cerréis a vosotros mismos la puerta del Paraíso. Hijos míos, no perdáis tiempo. Nada es más importante que la unidad en mi Hijo. Yo os ayudaré, porque el Padre Celestial me envía, para que juntos podamos mostrar el camino de la gracia y de la salvación a cuantos no Lo conocen. No seáis duros de corazón. Confiad en mí y adorad a mi Hijo. Hijos míos, no podéis estar sin pastores, que cada día estén en vuestras oraciones. ¡Os doy las gracias! ”














Génesis 22,  1-19

 Después de estos acontecimientos, Dios puso a prueba a Abraham, le dijo. Él respondió: "Aquí estoy".
Entonces Dios le siguió diciendo: "Toma a tu hijo único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la región de Moria, y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que yo te indicaré".
A la madrugada del día siguiente, ensilló su asno, tomó consigo a dos de sus servidores y a su hijo Isaac, y después de cortar la leña para el holocausto, se dirigió hacia el lugar que Dios le había indicado.
 Al tercer día, alzando los ojos, divisó el lugar desde lejos, y dijo a sus servidores: "Quédense aquí con el asno, mientras yo y el muchacho seguimos adelante. Daremos culto a Dios, y después volveremos a reunirnos con ustedes".
 Recogió la leña para el holocausto y la cargó sobre su hijo Isaac; él, por su parte, tomó en sus manos el fuego y el cuchillo, y siguieron caminando los dos juntos.
Isaac rompió el silencio y dijo a su padre : "¡Padre!". Él respondió: "Sí, hijo mío". "Tenemos el fuego y la leña, continuó Isaac, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?".
 "Dios proveerá el cordero para el holocausto", respondió . Y siguieron caminando los dos juntos.
 Cuando llegaron al lugar que Dios le había indicado, erigió un altar, dispuso la leña, ató a su hijo Isaac, y lo puso sobre el altar encima de la leña.
 Luego extendió su mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo.
 Pero el Ángel del Señor lo llamó desde el cielo: "¡, !". "Aquí estoy", respondió él.
 Y el Ángel le dijo: "No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ahora sé que temes a Dios, porque no me has negado ni siquiera a tu hijo único".
 Al levantar la vista, vio un carnero que tenía los cuernos enredados en una zarza. Entonces fue a tomar el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.
 Llamó a ese lugar: "El Señor proveerá", y de allí se origina el siguiente dicho: "En la montaña del Señor se proveerá".












De los escritos de Orígenes:

Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: «¡Abrahán, Abrahán!» Él contestó: «Aquí me tienes». El ángel le ordenó: «No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios». Comparemos estas palabras con aquellas otras del Apóstol, cuando dice que Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros. Ved cómo Dios rivaliza con los hombres en magnanimidad y generosidad. Abrahán ofreció a Dios un hijo mortal, sin que de hecho llegara a morir; Dios entregó a la muerte por todos al Hijo inmortal. 
Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Creo que ya hemos dicho antes que Isaac era figura de Cristo, mas también parece serlo este carnero. Vale la pena saber en qué se parecen a Cristo uno y otro: Isaac, que no fue degollado, y el carnero, que sí fue degollado. Cristo es la Palabra de Dios, pero la Palabra se hizo carne. 
Cristo padeció, pero en la carne; sufrió la muerte, pero quien la sufrió fue su carne, de la que era figura este carnero, de acuerdo con lo que decía Juan: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. La Palabra permaneció en la incorrupción, por lo que Isaac es figura de Cristo según el espíritu. Por esto, Cristo es, a la vez, víctima y pontífice según el espíritu. Pues el que ofrece el sacrificio al Padre en el altar de la cruz es el mismo que se ofrece en su propio cuerpo como víctima.  




Hebreos  11, 8-10

 “Por la fe, Abraham, llamado por Dios, obedeció partiendo a un lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba. Por la fe, habitó en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas, como también Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa. Esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios".



 “Creyó, esperando contra toda esperanza” (Romanos 4,18)



San Lucas 2, 22-40  (Misterios de Dolor)

Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: "Todo varón primogénito será consagrado al Señor". También debían ofrecer un sacrificio, un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él, y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.
Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: «Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido,  porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.
Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos».
Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea.
El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con Él. 




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