Sábado Santo
Hora Tercia
- Oración al Espíritu Santo
Recibid ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que os hago en este día para que os dignéis ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi director, mi luz, mi guía, mi fuerza, y todo el amor de mi corazón.
Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre dócil a vuestras santas inspiraciones.
¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo de vuestro amado Jesús. Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén
San Juan 19, 25-27
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien Él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
«He aquí tu hijo». «He aquí a tu Madre». (San Juan 19, 27)
“¿Puede una madre olvidarse de su pequeño y no tener entrañas para el fruto de su seno? (Is. 49,14)
«Y a ti, Madre, una espada de dolor te atravesará el corazón…» (Lucas 2, 35)
Meditación
"Pues la carne de Cristo era de algún modo su propia carne, es decir, la carne de su carne que Cristo había recibido de ella, María la amó más en Cristo que la suya en sí misma. Y cuanto más la amó, tanto más se condolió; sufrió más en el alma que el mártir en el cuerpo. Por eso resplandece por el singular privilegio de un glorioso martirio. En efecto, los demás mártires fueron consumados con el martirio de su propia muerte, mientras que ésta proporcionó de su propia carne, la carne destinada a padecer por la salud del mundo, y en la pasión y por la pasión de Cristo, su alma fue de tal manera invadida por la violencia del dolor, que cual si en Cristo hubiera sido consumada por el martirio, nos sea lícito creer que fue ella la que mereció la más alta gloria del martirio, después de Cristo."
(Balduino de Cantorbery, Tratado 6 sobre las palabras del Apóstol)
Oración
¡María, tú robas los corazones!
Señora, que con tu amor y tus beneficios
robas los corazones de tus siervos,
roba también mi pobre corazón
que tanto desea amarte.
Con tu belleza has enamorado a Dios
y lo has atraído del cielo a tu seno.
¿Viviré sin amarte, madre mía?
No quiero descansar hasta estar cierto
de haber conseguido tu amor,
pero un amor constante y tierno
hacia ti, madre mía,
que tan tiernamente me has amado
aun cuando yo era tan ingrato.
¿Qué sería de mí, María,
si tú no me hubieras amado
e impetrado tantas misericordias?
Si tanto me has amado cuando no te amaba,
cuánto confío en tu bondad ahora que te amo.
Te amo, madre mía,
y quisiera un gran corazón que te amara
por todos los que no te aman.
Quisiera una lengua
que pudiera alabarte por mil,
y dar a conocer a todos tu grandeza,
tu santidad, tu misericordia
y el amor con que amas a los que te quieren.
Si tuviera riquezas,
todas quisiera gastarlas en honrarte.
Si tuviera vasallos,
a todos los haría tus amantes.
Quisiera, en fin, si falta hiciera,
dar por ti y por tu gloria hasta la vida.
Te amo, madre mía,
pero al tiempo temo no amarte cual debiera
porque oigo decir que el amor
hace, a los que se aman, semejantes.
Y si yo soy de ti tan diferente,
triste señal será de que no te amo.
¡Tú tan pura y yo tan sucio!
¡Tú tan humilde y yo tan soberbio!
¡Tú tan santa y yo tan pecador!
Pero esto tú lo puedes remediar, María.
Hazme semejante a Vos porque me amas.
Tú eres poderosa para cambiar corazones;
toma el mío y transfórmalo.
Que vea el mundo lo poderosa que eres
a favor de aquellos que te aman.
Hazme digno de tu Hijo, hazme santo.
Así lo espero, así sea.
(San Alfonso María Ligorio)
- Comunión Espiritual:
“Padre eterno, permitid que os ofrezca el Corazón de Jesucristo, vuestro Hijo muy amado, como se ofrece Él mismo, a Vos en sacrificio. Recibid esta ofrenda por mí, así como por todos los deseos, sentimientos, afectos y actos de este Sagrado Corazón. Todos son míos, pues Él se inmola por mí, y yo no quiero tener en adelante otros deseos que los suyos. Recibidlos para concederme por sus méritos todas las gracias que me son necesarias, sobre todo la gracia de la perseverancia final. Recibidlos como otros tantos actos de amor, de adoración y alabanza que ofrezco a vuestra Divina Majestad, pues por el Corazón de Jesús sois dignamente honrado y glorificado. Amén.” (De Santa Margarita María Alacoque)
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